House of Cards

La gran serie sobre el mundo de la política de nuestro tiempo. La serie de Netflix, que desde el 27 de febrero ha puesto a disposición de sus usuarios los 13 capítulos de la tercera temporada, amenaza con convertirse en un clásico. En España Canal Plus la emite durante esta primavera. Heredera de El Ala Oeste de la Casa Blanca, pero con mucho más colmillo. Se nota la mano en el guion de Beau Williams (padre de Los Idus de Marzo). La producción es obra de David Fincher (que dirigió algunos capítulos) y también de Kevin Spacey.
Las cloacas del poder en Whasington, los entresijos del Capitolio, las alianzas, las traiciones, las amistades interesadas; la ambición desmesurada, la falta de escrúpulos y ética son algunos de los ingredientes habituales de House of Cards. Además, el hecho de contar con un personaje de la talla de Frank Underwood (Kevin Spacey) la eleva a la categoría de sobresaliente. La manera de romper con la cuarta pared (recurso puramente teatral) y llegar a dirigirse al espectador es algo con lo que el seguidor habitual se acaba acostumbrando pero que fue muy impactante al inicio. Que te mire a los ojos un tipo tan maquiavélico como Underwood a veces llega a intimidar. Que un político se dirija a ti, sorprende.
La legión de fans con lo que ya cuenta la serie ha aprendido que en la política no hay amigos, que es la ley de la selva, que sobrevive no el mejor, sino el que mejor se adapta a las circunstancias. Y sobre todo que siempre hay un as en la manga con el que convencer y vencer al enemigo. Quizá una de las críticas que se le podría hacer es que la arrolladora figura de Underwood, con un personaje acaparador, acaba opacando a otros secundarios que podrían dar mucho más de sí en este putrefacto juego de la política.
No hay lugar para la bondad en House of cards. Nadie representa ese papel, ni siquiera la figura femenina como ocurre en otras series pone contrapeso al todopoderoso Frank. Su mujer, Claire (Robin Wright) está hecha de la misma pasta que él. Pretende las mismas cotas de poder y junto a él forman un tándem cuasi perfecto; dispuesto a medrar y a sacrificar a cualquiera para obtener lo que ansían.
House of Cards, aclamada tanto por la crítica como por el público y con una buena ristra de premios en el zurrón, te atrapa. Lleva al espectador a comulgar con un político sin escrúpulos al que en la vida real no sólo no le daría el voto, sino que probablemente le odiaría. Es parte de su magnetismo. ¿Quién no ha querido en algún momento sentarse a comer costillas con Underwood?
Las dos primeras temporadas mostraron el ascenso del animal político que es Frank Underwood del Congreso al sillón de hombre más poderoso del mundo. La esperada tercera temporada servirá para ver si además acaba siendo un gran estadista. Si la atmósfera de Underwood lo envuelve y tapa todo o deja lugar a que brillen otros también. House of cards llegó para mostrar la realidad de la alta política.