Tal vez porque éramos jóvenes o porque ni habíamos nacido y en nuestra mente millennial aquellos maravillosos 80 poseen la magia de un tiempo inocente. Niños en bicicleta descifrando misterios nocturnos (sí, Stranger Things) o Brooke Shields con imposible cardado tras haberse sumergido en las aguas de un lago azul.
Comecocos de Atari, el fulgor de la codicia en Wall Street, Hanoi Jane transformada en reina del aerobic, la guerra fría y los euromisiles, hombreras, Like a virgin de Madonna, siempre Nueva York porque (todavía entonces) Nueva York era la capital del mundo.
Buscábamos a Susan desesperadamente y queríamos vestir su mezcla de provocación punk y lencería.
¿Qué habrá sido de Rosanna Arquette?
Cómo pasa el tiempo.
Pero los 80 fueron un periodo también repleto de sombras e irrumpió el temible SIDA, Nueva York se hallaba al borde de un colapso cierto con incendios, delicuencia y basura en sus calles, existía la posibilidad (real) de una guerra nuclear aunque (eso sí) las Torres Gemelas permanecían en pie.
Por otra parte, Donald Trump ejercía su idiotez como simple multimillonario con afición a la fama y aún no había asaltado la Casa Blanca. Algo es algo.
A cambio, Ronald Reagan lideraba patrióticamente el planeta a este lado del Telón de Acero, Born in the USA sonaba en las radios (himno antireaganista que el reaganismo hizo suyo) y Gorbachov accedía al poder para proceceder a la demolición de la Unión Soviética tras fotografiarse a orillas del río Hudson con su archienemigo.
Cantaba James Brown aquel Living in America que coloreó Rocky III, duelo pugilístico entre el leninismo malvado y el puño proletario de un obrero de Filadelfia votante de Reagan.
Los 80 resultan dulcemente atractivos porque era un tiempo sencillo, dual, sin las complejidades laberínticas de lo actual.
Y el mañana se soñaba esplendoroso.
Incluso persistía el amor entre Farrah Fawcett y Ryan O'Neal. Dos astros de los 70 que brillaban débilmente en una galaxia en la que la espada láser de Luke Skywalker lo iluminaba todo.
Gordon Gekko transitaba con el rostro futuro de Michael Douglas bajo la luz de los rascacielos gritando: "Yo no creo riqueza. Yo la poseo". Bajo ese signo de Caín, lema del capitalismo especulativo, caería Lehman Brothers un 15 de septiembre de 2017. Comenzaría una crisis planetaria de la que aún no hemos salido.
Pero estábamos en los 80.
Cuando Bill Cosby aún era un honrado padre de América y Michael Jackson ocupaba el trono del pop y amábamos a ambos sin saber que bajo la máscara se ocultaban monstruos.
Añoramos los 80 y vuelven incensantemente. Black Monday, por ejemplo. Una estupenda serie cómica con Don Cheadle emulando a Richard Pryor, otro héroe feliz de aquella década.
Capistalismo, cocaína y (en uno de los capítulos) Carly Simon y su Let the river run, operística pieza que adornó Armas de mujer y es memoria sentimental de otros días (¿mejores?).
Añoranza de los 80 y de escuchar a Martyka en Los40 con Toy Soldiers.
Del estreno de Magnolias de acero y aquell Julia Roberts al asalto de los 90, otro modo de nostalgia.
Eterno retorno.
Total eclipse of the heart.
El sueño millennial de una centuria de verano.
Entre otras muchas consideraciones.
DANIEL SERRANO
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Fotos: Gtres