Ni bata ni toalla. Pero todo a la vez. Más que una simple prenda, todo un clásico.
Definido por Sebastián de Cobarrubias Orozco en su libro Tesoro de la lengua castellana (1661) como "un capuz cerrado con su capilla, de cierta tela que escupe de sí el agua que le cae encima sin calar adentro", el albornoz ha protagonizado algunos de los momentos de estilo más icónicos de las últimas décadas junto a celebridades tan dispares como Brigitte Bardot o Nicolas Cage que en algún metafórico instante coincidieron, mojados, al salir de la ducha.
Ahora está un poco en desuso; como la palabra que le dio origen, el término bereber "abernus". Genuinamente se trata de una pieza de lana usada en África del Norte por las personas pertenecientes a dicha cultura. De ahí llegó a la Península Ibérica y después pasó al resto de Europa, popularizándose también en tierras americanas.
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Instantáneas venidas de otra era nos dan lecciones desde el pasado y nos recuerdan que, para tener clase, antes no hacía falta vestirse. O al menos no de manera oficial. Pues un albornoz bien llevado le puede otorgar más estilo a quien lo luce que mil looks elaborados juntos.
Los hay de todo tipo y para todos los gustos: lisos, rayados, con print geométrico, bordados con las propias iniciales o con las del hotel, blancos e impecables, de un color vibrante tipo amarillo sol. Y pueden combinarse con turbante de felpa a juego y olor a limpio tras el baño o, simplemente, utilizarse a modo de atuendo de estar por casa sobre la ropa interior (elegancia obliga).
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Fotos: Cordon Press