"Bar Sidi: desde 1943." Y hasta 2020, podríamos añadir ahora. Porque la icónica tasca de Malasaña ya tiene fecha intuida de cierre, y por lo que parece no pasará de este año. El motivo es que su propietaria y su propietario, Alicia y Celso, se jubilan (y su hijo Víctor, quien también ha trabajado en el negocio durante varios años, tampoco quiere continuar).
¿Resultado? Bar vendido. Por el momento, hay mucho silencio en torno al tipo de proyecto que sustituirá al Sidi en esa esquina de las calles Colón y Barco a la que todas hemos acudido, o recurrido, alguna vez para sentirnos en casa. Y a la vez para salir de ella un rato.
Con el fin del Sidi, otra muerte no tan lenta pero sí bastante dolorosa se hace fuerte: la de los bares de abajo de Madrid.
El bar se llama así, según el camarero, por quienes lo fundaron a principios de los 40: Sigismundo y Dionisia. Desde entonces, el Sidi ha sido el Sidi. Recuerdos de una barra que con toda probabilidad se haya mantenido exactamente igual (o casi) desde 1943 hablan de una libertad ya caduca; esa que permite que en el mismo bar convivan en armonía modernas, taxistas, turistas, trabajadoras y trabajadores del barrio, famosas y famosos, estudiantes, hippies, personas de traje y perritos. Por ejemplo.
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El Sidi simboliza esa unión que solo se da y es mágica enfrente de un café con churros en vaso de Mahou, o con unas cañas alrededor de una mesa alta llena de servilletas usadas, restos de pinchos de tortilla, paella y huesos de aceituna, o justo en el momento de pasarse a las copas y que te las pongan en tubo.
El Sidi es una balda de cristal llena de botellas de alcochol (J&B, Cacique, Beefeater: lo sentimos, aquí no hay gintonics con cardamomo y pétalos de rosa), pero también cuando te pasa algo bueno o malísimo y llamas a tu amiga para contárselo y, venga, te veo allí en diez minutos.
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O gente vestida rara fumando en la puerta que ha quedado allí no porque sea cool, sino porque es real. En el otro extremo, esa clientela despistada que no lo sabe, que entra en el Sidi por primera vez y que, en efecto, no entiende nada. El Sidi es Malasaña sin gentrificar, un Madrid de día a día, lo que no debería perderse nunca.
Todo lo que suceda a partir de aquí ya no será el Sidi.
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MILA GARCÍA
Fotos: Andrea López de María Domínguez