Vida y canciones de Luis Eduardo Aute
Vida y canciones de Luis Eduardo Aute
Aute fumaba y miraba el fuego de la chimenea cuando le entrevisté en 2012 para el documental El oficio de cantar, confesaba su asombro de ser cantante no habiendo pretendido jamás llegar a ello, prefería pintar y hubiera preferido (aún más) dirigir películas. Pero la vida es así y Aute se convirtió en cantautor ilustre y como cada cual tiene sus hitos, además del día en que murió Kurt Cobain, para mí fue importante la noche en que acudí al concierto de Luis Eduardo Aute y Silvio Rodríguez en la plaza de toros de Las Ventas, allá por 1993.

Y ahora Luis Eduardo Aute se ha ido para siempre.
Queda la música. Tal y como cantó él.
Fue el niño que miraba al mar de Filipinas, lugar del planeta donde Luis Eduardo Aute nació en 1943, en una Manila de los mares de China que surcaban fabulosas embarcaciones capitaneadas por Clark Gable, como en la película que Lewis Milestone dirigió en 1935 mucho antes de que François Truffaut colocase su cámara frente al rostro de Antoine Doinel en un océano gris que concluía con un plano congelado resumiendo, ipso facto, toda la nouvelle vague.
Pero eso sería después.
Antes está el niño que mira al mar y que hasta los 8 años vive en Filipinas, como hijo de un empleado de la Compañía de Tabacos, y que vuelve a España y crece influido por el cine y la música y la pintura. Estudia bachillerato y comienza la carrera de aparejador y se va a París y allí descubre todo un universo cultural. Vuelve y forma parte de grupos como Los Sonor, Los Tigres y Los Pekenikes. Le da verguenza cantar, no obstante. Es más Leonard Cohen que Mick Jagger.
Aute es un fabuloso tímido que afronta su timidez subiéndose a los escenarios, es un cosmopolitca perdido en el páramo del franquismo, conoce a Massiel y compone para ella varias canciones, Rosas en el mar, por ejemplo.
Y arranca su carrera hacia 1968 con un disco y detiene su carrera según ese disco ha sido grabado porque Aute se casa y le ha decepcionado el mundo de la música.
Quiere ser pintor. quiere ser director de cine.
Y será ambas cosas.
Pero, sobre todo, será uno de los cantautores más importantes que ha habido en España.
Al alba y otras obras maestras
La vida, a veces, nos conduce por derroteros extraños. Aute jamás quiso ser cantante. Hasta su última entrevista insistió en que todo esto era un malentendido. Él pintaba. Y pintaba muy bien. Él seguía haciendo cuadros e, incluso, los vendía pero le llamaban para llenar teatros y que la gente aplaudiese sus canciones.
Compuso Al alba, poema dedicado a los últimos fusilados por el franquismo, bellísima elegía que a lo largo de los años jamás perdió su capacidad de emocionar.
Compuso otras muchas piezas maestras: No te desnudes todavía, Vailima, Albanta, Sin tu latido...
Y Las cuatro y diez, recreación exacta de esta nostalgia anticipada que dibujamos en la juventud para luego, cuando somos mayores, derramar las lágrimas adecuadas, porque ahora ya todo ha sucedido y la derrota es cierta y el paso del tiempo duele.
O Pasaba por aquí, de cuando no existían teléfonos móviles y la gente (qué tiempos antediluvianos aquellos) llamaba al telefonillo a ver si estabas en casa.
Luis Eduardo Aute es la memoria sentimental de varias generaciones.
Quedará su música.
Su ironía, la elegancia blanquísima de sus camisas, el modo en que fumaba y miraba el fuego de la chimenea, en su chalé de la colonia de la Fuente del Berro, con los pavos reales cruzando la calle.
Aute ha muerto, larga vida a Aute.
"También pudiera ser
que huyéramos hacia el azul
con rumbo a un atolón
perdido en los mares del sur".
No sería mala opción para estos tiempos de catástrofe.
DANIEL SERRANO